La Santa Misa se decía originalmente en arameo o hebreo, puesto que estas eran las lenguas que hablaban Cristo, Nuestro Señor y Dios, y los Apóstoles; las expresiones: “Amen, Alleluia, Hosanna y Sabbaoth” son palabras arameas que se mantuvieron y aun permanecen actualmente en la Santa Misa celebrada en lengua latina. Cuando la Iglesia se extendió por todo el mundo gentil (no judío) en el siglo I; adoptó el griego en su Liturgia porque este era el idioma común del Imperio Romano. El uso del griego continuó hasta el siglo II y parte del siglo III. El “Kyrie eléison”, y el Símbolo Litúrgico IHS (deriva de la palabra Jesús en Griego) son una prueba viva del uso de este idioma en la Liturgia de la Iglesia; pues permanecen aun en la Santa Misa en latín. Las Misas Romanas iniciales se encuentran en los escritos de San Justo “que datan del año 150 del Cristianismo” y también en los de San Hipólito del año 215. El latín finalmente remplazó al griego como lengua oficial del Imperio.
Hacia el año 250 de la fundación de la Iglesia, la Misa ya se rezaba en latín en la mayor parte del mundo romano. Incluyendo las ciudades del norte de África y de Italia, como Milán. La Iglesia en el Imperio Occidental adoptó el latín en la Misa alrededor del año 380 del Cristianismo. El Canon de la Santa Misa en latín, como lo conocemos actualmente, ya estaba completo para el año 399 del Cristianismo. El latín dejó de ser lengua vernácula (de uso común) hacia los siglos VII y IX; sin embargo, la Santa Misa siguió ofreciéndose en latín porque mucha de su Liturgia ya había sido creada en esa lengua. Los Santos Padres de la Iglesia, por entonces, no vieron razón alguna para adoptar las nuevas lenguas vernáculas que estaban en desarrollo alrededor del mundo conocido. Este fue un medio providencial; porque el latín, aunque lengua muerta, sirvió como medio de comunicación en la Iglesia y a través de los siglos. Sin duda era este el medio por el cual, Dios prometiera en el santo Evangelio, que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos; esto es parte del Plan de Dios para preservar a su Iglesia hasta el final.
El único objetivo de San Pío V al mandar codificar la Misa no fue sino el de la Unidad de la Iglesia. La uniformidad en el idioma es el único medio que evita la disparidad de rito y garantiza la Unidad en el Culto Católico, sí se preserva no solo de cisma sino también de los errores que puedan ser introducidos. Todos los elementos del ritual deben ser observados y cuidados en sus mínimos detalles, incluso su expresión lingüística, porque los elementos del ritual se dirigen a acercarse, lo más posible, al misterio que subyace en el rito: el misterio de nuestra Redención. Para la uniformidad del rito mandó San Pío V fuese dicha la Misa en el idioma oficial de la Santa Iglesia: el latín.
Para asegurar la perpetuidad de los ritos católicos entre tanta diversidad de idiomas, naciones y costumbres, y que –además- esas mismas diferencias cambiarían a través del correr de los años, había que asegurarse de que el idioma que la Iglesia tomara como oficial no fuera modificado a través de los tiempos y los lugares, pues los vocablos de los idiomas de uso “popular” cambian de significado con el tiempo.
El latín ofrecía esta garantía; es por eso que se mandó se adoptase en toda la Liturgia de la Iglesia. El latín es una “lengua muerta”, como no se habla como lengua vernácula de país alguno las palabras en latín no cambian de significado con el uso. Por ejemplo: el idioma inglés será más fácil de entender, pero a causa del habla popular, los coloquialismos y la influencia de los regionalismos, las palabras que usamos varían de significado de un sitio a otro y de un año a otro. Como lo dijo su Santidad Pío XII, de feliz memoria, en su Carta Encíclica “Mediator Dei”: “El uso del latín es una señal hermosa y manifiesta de la Unidad, así como un antídoto efectivo contra cualquier corrupción en la Verdad Doctrinal”.
Las personas que objetan el uso del latín en la Liturgia de la Iglesia olvidan que el acto de Adoración Supremo (la Santa Misa) no es una reunión social que sirva para alagar a los sentidos ni mucho menos un estímulo para favorecer el sentimentalismo; muy al contrario es la aceptación de la Soberanía Infinita de Dios y de sus Perfecciones con la sumisión absoluta de la criatura para con su Señor y Creador. Nos encontramos por desgracia en una situación en donde los modismos y costumbres en los idiomas se suceden una y otra vez sin interrupción; de tal manera que al cabo de solo dos o tres años ya no tienen el mismo significado tal o cual palabra, la prueba está en que experimentamos cambios en la forma de hablar de las generaciones pasadas a las actuales y sin embargo lo aceptamos gustosos. Entonces, ¿porqué no aceptar un idioma que -además de ser mandado por la Iglesia Católica- es a la vez una garantía de seguridad que preserva a nuestra Fe Católica de todo contagio de error y de corrupción?
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